No olvidemos nunca que el alimento de nuestra alma es la Eucaristía.
Por: María Luisa Martínez Robles | Fuente: Catholic.Net
Después dela Consagración en la Misa decimos: éste es el misterio de nuestra fe.
Un gran misterio, inexplicable, si no es a la luz de la fe. No somos capaces de entender cómo un pequeño trozo de pan sin levadura es el alimento de nuestra alma, después de la Consagración. Recibimos a Jesús, su cuerpo y su espíritu se funden con nosotros.
Muchos niños y niñas se acercan a recibir su Primera Comunión en estos días. Es un día muy importante. No es una fiesta social, no importa la ropa o el banquete. Unos se olvidan pronto, dejan de recibirle. Otros afortunadamente, les imprime carácter y con mayor o menor frecuencia siguen el camino que conduce a Él. Experimentan la fortaleza que da la Eucaristía, la serenidad que aporta, aumenta la misericordia y te ayuda a levantarte cuando caes. No hace falta ser perfectos, intachables para recibir la Comunión, entonces no comulgaría nadie. Es una necesidad, no es un rito.
Si pensásemos bien el milagro que tenemos cada día a nuestro alcance, comulgaríamos más a menudo.
A lo largo de nuestra vida hay momentos de decepción, de dificultades que nos alejan de este sacramento. Pero Él siempre nos espera, nos sostiene. No se aleja.
Hay una historia muy gráfica. Cuentan que paseaba un hombre por la playa, unas huellas se marcaban en la arena. Levantando sus ojos al cielo, mirando hacia atrás dice:
Señor, me prometiste que caminarías siempre a mi lado. Yo solo veo unas huellas. ¿ Ya no vienes conmigo?
No son tus pasos los que se marcan en la playa, son los míos, yo estoy contigo. No te dejo nunca. Te sostengo en mis brazos.
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No olvidemos nunca que el alimento de nuestra alma es la Eucaristía. No la dejemos morir de hambre. Somos muy afortunados en creer sin ver. No tiene ningún mérito ver un limón y decir que es amarillo.
La Eucaristía es un regalo que Jesús nos hizo el día de Jueves Santo . No quiso dejarnos, se quedó con nosotros para siempre.
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