martes, 7 de agosto de 2018

Me alegraré, Señor, por tu bondad

Todo es nada frente al Reino


Por: Mons. Enrique Diaz, Obispo de la Diócesis de Irapuato | Fuente: Catholic.net 



San Alfonso María de Ligorio
Jeremías 15, 10, 16-21: “¿Por qué mi dolor no acaba nunca? – Si te vuelves a mí, seguirás en mi servicio”
Salmo 58: “Me alegraré, Señor, por tu bondad”
San Mateo 13, 44-46: “El que encuentra un tesoro en un campo, vende cuanto tiene y se compra aquel campo”

¿No hemos pensado nosotros alguna vez que podemos habernos equivocado? ¿No reclamamos y acusamos que tienen mejor vida los que no se han comprometido con el Señor y no siguen sus caminos? Muchas veces he escuchado esta queja, una especie de reclamo ante el Señor. Hoy la escuchamos de labios de Jeremías como un lamento y una oración que resume todo el drama del profeta.

Es cierto que hubo tiempos de gran alegría por el llamado y lo vivía compartido con su pueblo, alimentándolo y animándolo en el seguimiento del Señor, pero ahora el dolor explota en un grito de rebeldía que manifiesta la confusión de verse como burla de sus contemporáneos: “¡Ay de mí, madre mía! ¿Por qué me engendraste para que fuera objeto de pleitos y de discordias en todo el país?... a nadie debo y sin embargo todos me odian… Siempre oí tus palabras ¿por qué mi dolor no acaba nunca y mi herida se ha vuelto incurable?”  Son palabras que muchos discípulos hoy colocarían como propias al contemplar su vida… y sin embargo el Señor está cerca y consuela a Jeremías, no en el éxito de todas sus palabras sino en la seguridad de su presencia.
El Señor lo invita a la conversión y su retorno confiado hacia Dios lo fortalecerá y animará a continuar su misión. Con todos sus problemas, es más importante la misión que Dios le ha confiado, que las glorias que un reino le pueda ofrecer. Es la misma propuesta de Jesús en las dos pequeñas parábolas que nos ofrece San Mateo. Todo es nada frente al Reino. Se debe vender todo, despreciar todo por adquirir ese campo, por comprar esa perla fina. Cuando uno descubre la grandeza del Reino, todo lo podemos considerar basura y pérdida. Pero tendremos que descubrir ese valor, se tiene que buscar, se debe escarbar hasta dar con ese tesoro… de lo contrario estaremos confundidos y llamaremos “tesoro” a lo que no es más que basura.
El seguimiento de Jesús se torna gozoso cuando hemos descubierto su persona y su misión como un tesoro. Sus discípulos no somos hombres o mujeres que estoicamente soportan el dolor y caminan en medio del sufrimiento. El dolor y el sufrimiento tienen el sentido de vivir el Reino, pero al vivirlo descubrimos la grande felicidad que nos proporciona. Vivir el Reino, aunque exige renuncias, nos trae la verdadera felicidad y no tendremos que estar envidiando situaciones aparentes de progreso de quien ha sido seducido por la maldad. Pero debemos dar la importancia y primacía al Reino de Dios.

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