Acoger la Palabra de Dios supone sacrificios.
Por: Marlene Yañez Bittner | Fuente: Catholic.Net
Por: Marlene Yañez Bittner | Fuente: Catholic.Net
Cuando nos vamos a comprar alguna prenda de vestir, la probamos, la cambiamos, elegimos la talla ideal y luego podemos ir a la modista para que la ajuste más aún de acuerdo a lo que necesitamos y queremos; queda una prenda ideal adaptada a nuestros requerimientos.
Eso mismo veo con el Evangelio. Lo cambiamos, lo acomodamos, lo estiremos, le sacamos partes, le colocamos otras tantas, etc. Nos quedamos con lo que nos gusta y le quitamos lo que no nos conviene. Así de simple, mucho más fácil que ir a la modista.
He escuchado: “¿Cómo un hombre le va a confesar sus pecados a otro hombre?, Por eso yo no me confieso, le pido perdón por mis pecados directamente a Dios”. Por cierto, es algo más cómodo no recibir este importante Sacramento mediante un Sacerdote; también hay personas que lo hacen porque es “requisito” para recibir la Comunión. Una vez más y como siempre, la verdad la tiene Jesús quien nos dice: “…Reciban el Espíritu Santo: a quienes descarguen de sus pecados, serán liberados, y a quienes se los retengan, les serán retenidos”. (Juan 20, 22-23). Claras palabras que reciben sus Apóstoles por mandato suyo.
El Catecismo de la Iglesia Católica se refiere a este punto que podemos resumir con esta cita: “Los que se acercan al sacramento de la penitencia obtienen de la misericordia de Dios el perdón de los pecados cometidos contra Él…” (Catecismo 1422).
Según el mandamiento de la Iglesia todo fiel llegado a la edad del uso de razón debe confesar, al menos una vez al año sus pecados. Quien tenga conciencia de hallarse en pecado grave que no debe recibir la Santa Comunión sin acudir antes a la confesión sacramental. (Catecismo 1457).
También he visto como personas que viven en convivencia conyugal, sin el Sacramento del Matrimonio reciben la Santa Comunión. Para recibir el cuerpo y la sangre de Cristo debemos estar en Gracia, ese Don que nos regala Dios, una realidad espiritual que Dios da a nuestra alma y que para lograrlo debemos estar limpios de pecados. La Sagrada Escritura señala lo siguiente: “Todo el que repudia a su mujer y se casa con otra, comete adulterio; y el que se casa con una repudiada por su marido, comete adulterio”. (Lucas 16,18).
Adulterio es la unión sexual voluntaria entre una persona casada y otra que no sea su conyugue. El matrimonio es un sacramento y está, por su propia naturaleza, por encima de la ley humana. Fue instituido por Dios, está sujeto a la ley Divina, y por tal razón, no puede ser anulado por ninguna ley: “Pues bien, lo que Dios unió, no lo separe el hombre.” (Marcos 10,9).
También he escuchado a personas que no creen en la Sagrada Escritura pues “fue escrita por hombres”, por lo tanto no la leen. Por cierto, la Sagrada Escritura es un libro que puede resultar complejo de entender, largo, con muchos “personajes” que confunden y hasta aburrida para algunas personas; podría ser mejor ver una buena película.
La Biblia es el libro más importante en la historia de la humanidad, es la palabra de Dios, Él es el autor mismo e inspiró a sus escritores. Veamos que nos dice la misma Sagrada Escritura: “Toda Escritura está inspirada por Dios y es útil para enseñar, rebatir, corregir y guiar en el bien”. (2 Timoteo 3,16). Y la reafirmamos con la siguiente cita: “…pues ninguna profecía ha venido por iniciativa humana, sino que los hombres de Dios han hablado, movidos por el Espíritu Santo”. (2 Pedro 1,21).
La Biblia fue escrita en un periodo de 1600 años, por más de 40 autores mucho de los cuales no se conocían entre sí, viviendo en distintos continentes y con distintos idiomas. Todos los escritos tienen como mensaje central a Jesucristo como salvador del mundo. Simplemente no es posible creer en que no existe una intervención a lo menos Divina.
El Catecismo de la Iglesia Católica nos señala lo siguiente: “Dios es el autor de la Sagrada Escritura. Las verdades reveladas por Dios, que se contienen y manifiestan en la Sagrada Escritura, se consignaron por inspiración del Espíritu Santo”. (Catecismo 105).
Aunque parezca increíble, explicar la importancia de asistir a la Santa Misa los días Domingos a los adultos es más complejo que para niños cuando están amparados en que “no sería necesario, pues tienen una relación directa con Dios”. Al menos a los niños se les explica que Diosito te regala 168 horas a la semana, de las cuales sólo te pide 1, la hora de misa del día Domingo.
Debemos honrar el día del Señor, pues Él mismo es quien lo manda: “Seis días trabajarás y en ellos harás todas tus faenas; pero el séptimo día es día de descanso en honor del Señor, tu Dios…” (Éxodo 20, 9-10).
El Catecismo de la Iglesia Católica señala: “La Eucaristía del domingo fundamenta y confirma toda la práctica cristiana. Por eso los fieles están obligados a participar en la Eucaristía los días de precepto, a no ser que estén excusados por una razón seria. Los que deliberadamente faltan a esta obligación cometen un pecado grave.” (Catecismo 2181).
Al margen de nuestra obligación como Católicos, asistir a la Santa Misa los días Domingos debería ser aquella hermosa oportunidad en que nos reunimos con Cristo, recibimos la Santa Comunión y nos dejamos abrazar por su Palabra. Ir a misa debería ser una verdadera necesidad y no un compromiso; un encuentro esperado y personal con Dios y no un mero trámite que debemos atender.
Acoger la Palabra de Dios y vivir de acuerdo a su Ley, supone sacrificios, renuncias y privaciones que no estamos muy dispuestos a hacer. Tendemos a quedarnos con lo que nos conviene dado nuestro estilo de vida y simplemente no creemos en lo que no nos acomoda. Estamos adaptando el Evangelio a nuestro antojo para continuar muchas veces en condiciones pecaminosas que nos alejan de Dios.
Es preferible renunciar hoy a aquellas ocasiones de pecado y vivir bajo la Ley de Dios tal cual está escrita. El sacrificio no es grande en comparación a la promesa que nos hace Jesús: “Alegraos y regocijaos, porque vuestra recompensa será grande en los cielos…” (Mateo 5,12).
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